lunes, 15 de febrero de 2016

SOBRE EL AMOR INCONDICIONAL


Hace unos días escribía acerca del amor incondicional que siente uno por los amigos y el regalo que representan en nuestra vida cuando de pronto  llegó a mi mente el recuerdo de alguien que hablaba constantemente sobre este particular y lo difícil que es llegar a amar  incondicionalmente a alguien.  Nos damos cuenta que es más fácil amar a aquellas personas con las cuales tenemos una relación superficial pero esto se torna difícil sobre todo cuando este alguien tiene una interacción mucho más profunda en nuestra vida




Por supuesto que los padres amamos incondicionalmente a nuestros hijos y estamos dispuestos a hacer todo por ellos y ni siquiera nos lo preguntamos.  No importa si el hijo es un pan de Dios o un delincuente irredento nuestro amor por ellos es incuestionable, surge tanto si se encuentra en peligro como si necesita nuestra ayuda para algo mucho más irrelevante.  Y este amor surge en parte de nuestra naturaleza animal o  nuestro cerebro reptiliano ya que proviene del instinto de conservación de la especie,  pero también forma parte del amor cultivado desde el primer instante en que los vimos y a través de los años. 

En cambio el amor que surge hacia cualquier otro ser humano, ya sea un familiar o no, forma parte de una conducta diferente.  Hay personas que son capaces de defender a sus hijos con la vida y sin embargo no son capaces de defenderse a sí mismas con el mismo empeño.  La falta de amor hacia uno mismo es algo que nos disminuye al tratar de amar al otro porque como bien dicen sólo es posible dar algo cuando se tiene este algo, y si no nos amamos a nosotros mismos como podremos amar a alguien más.  Sin embargo, no hay que confundir el egoísmo con el amor propio, la persona egoísta se ama de una forma en la cual cuida de sí misma dañando a los demás sin ver al otro, ni siquiera tomando en cuenta que sucede con su interacción.   La persona con amor propio  cuida de sí misma pero a la vez  tiene en cuenta al otro, entendiendo que tal vez el otro no quiera o no pueda tener ese mismo entendimiento.

Hablar de dar amor incondicional a los demás no es fácil cuando generalmente no nos preocupa el otro, pero pensar en dar amor al otro cuando no nos tomamos nosotros en cuenta,  es imposible.  El primer paso para amarnos es sabernos valiosos como las criaturas divinas que somos, con todo aquello que nos conforma y aceptarnos tal como somos, con nuestras virtudes y nuestras carencias, de esta manera empezamos a ver a los demás como lo que realmente son, igualmente divinos y perfectos como es toda la creación en el Universo.

Si partimos desde un punto donde nuestras creencias nos hacen vernos mejores o peores que el otro, desde ahí ya estamos dejando de ser incondicionales.  El juicio es el primer obstáculo con el que nos encontramos tanto para amarnos como para dar amor a los demás.  Si nuestro enjuiciamiento es positivo veremos al otro como una maravilla por encima de nosotros, y si nuestro veredicto es negativo le conferimos un estatus menor donde podríamos pensar que es, en el mejor de los casos, una persona desvalida o necesitada de nuestra ayuda.  En ambos casos es imposible amar realmente porque no existe un equilibrio.  Este tipo de “amor” es solamente un engaño que nos conduce en última instancia a darnos cuenta de que aquel al que decíamos amar no es merecedor de nuestro afecto y esta es la causa de que tantas relaciones queden rotas no solo entre parejas, sino entre familiares.    

La única forma de dar amor incondicional es comprender que somos espíritus de luz aprendiendo a evolucionar, todos emanados de la Conciencia Universal, de la Fuente, exactamente iguales y perfectos,  que nuestras diferencias de raza, complexión, estatus social, carácter, creencias y otras tantas,  solamente están ahí para ayudar a entendernos y poder crecer a través de nuestra interacción.

Si empezamos  a ver a aquellos con los cuales mantenemos una relación, como espejos,  como seres amorosos que se prestan a mostrarnos algo que no podemos ver por nosotros mismos,  logramos dejar de enjuiciar y enjuiciarnos y adquirimos la capacidad de perdonar y perdonarnos, de comprender y comprendernos, de amar y de amarnos, ahora sí incondicionalmente.